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Carlos Martínez León. Persiguiendo la luz. Por Felix Suazo

CarlosMartínez León. Persiguiendo la luz

Por Félix Suazo


La luz es uno de los grandes problemas de la historia de la pintura. Sin embargo, su presencia en el arte no sólo está asociada con la representación de los cuerpos materiales, sino también con el discernimiento espiritual. En ese punto, el ojo insomne traspasa las tinieblas para acceder a las regiones más profundas de la psique.


Al parecer, todo comenzó con Apeles, el pintor predilecto de Alejandro Magno, casi tres siglos antes de que el Génesis bíblico describiera el fulgor primigenio del ojo omni vidente. Después de ello, la luz pintada fue apareciendo por todas partes, anunciando el advenimiento de lo visible, circundado la aureola de los santos bizantinos, atravesando las nubes infladas de los cuadros mitológicos o incrustada en el brillo pastoso de los retratos. 

CarlosMartínez León también se ha planteado el problema de la luz como asunto central de una serie de obras pictóricas de carácter alegórico reunidas en la exposición Journey Into The Unseen. La muestra, integrada por trabajos de diversos formatos, se estructura en tres arcos narrativos, a la manera en que la tradición iconográfica y el cine organizan los contenidos visuales. Cada cuadro tiene su propio argumento, a la vez que sirve de transición entre un momento y otro del relato.


La figuración —su lenguaje predilecto— se confronta con la abstracción geométrica, la iconografía sagrada y la imaginería popular.También lo inacabado, lo contrastante y lo grotesco se alternan en el espacio pictórico, entre amplias masas tonales y detalles corporales de sofisticada resolución cromática. Un duelo múltiple a lo largo del cual  la luz cambia de lugar y de significado, hasta convertirse en un índice. Pero en todos los casos, la luz pintada es el vehículo de una búsqueda intelectual y espiritual.


Varias de las piezas están en "primera persona"; es decir, contienen el auto retrato del artista inmerso en diversas situaciones. Después de todo, él es el "actor" principal en esta ardua contienda entre lo visible y lo ininteligible,  donde también aparece en personajes (amigos, colegas, profetas) y cosas (espadas, lámparas, ropajes) que encarnan momentos de interrogación.

Todo empezó con un resplandor confuso en medio de las tinieblas. Rocas afiladas, cuerpos semidesnudos y ropajes solemnes. Fue el inicio de un camino de búsquedas. Luego siguieron las jornadas de trabajo, los experimentos, las meditaciones. También  los hallazgos, la euforia momentánea y los arrepentimientos. En cada etapa, la ruta se aclaraba y las ideas se hacían más diáfanas. Solo el resplandor inicial permanecía, ganando en intensidad, mutando en la superficie de la tela, penetrando los cuerpos, reapareciendo en los contornos, inundando lo que antes era sombrío.


A lo largo de este proceso, la luz ha cumplido una función dual;  como materia y como signo. Es decir, cómo el vehículo foto pigmentado que moldea las escenas sobre la tela y también como la fuente que irradia las ideas. En cada caso, la luz ha tenido un papel configurante, sirviendo al doble propósito de hacer visible las formas y develar sus motivaciones recónditas.  "La luz —sostiene el artista— dejó de ser una investigación técnica para convertirse en una búsqueda filosófica y espiritual".


Una de las preguntas recurrentes durante su proceso de trabajo, fue plantearse el problema del sentido de la figuración en el panorama del arte contemporáneo. La querella moderna entre la iconicidad y la no representación ha dejado una secuela de estereotipos que dan por muerta a la figuración, aunque en realidad está presente en los sitios más inesperados, incluso en el llamado arte abstracto. Pero aún así, ¿qué hacer con las destrezas adquiridas? y, sobre todo, ¿cómo canalizar su necesidad creativa através de un lenguaje supuestamente fenecido? La respuesta de Carlos Martínez León ha sido convertirla pintura en un escenario plural, al que concurren diversos legados; de la pintura de íconos al naturalismo, añadiendo zonas inconclusas, fragmentos abocetados y facetamientos. Todo ello enfocado en la estructuración de un lenguaje personal, que busca lo contemporáneo más allá  de los prejuicios técnicos y estilísticos.

Con esos elementos el artista ha construido una mitología secreta, donde hay espadas, lanzas, sables, gárgolas, máscaras, lámparas, dragones y aureolas. Los protagonistas pertenecen a su entorno personal pero encarnan a santos, profetas y guerreros, dispuestos a un combate interior. Allí la luz es un trofeo que se origina en distintas fuentes (naturales, artificiales, sobrenaturales) y emerge de diversos flancos: de arriba, del fondo, de adentro; encapsulada en discos dorados o desparramada sobre las pieles, los rostros, los vestidos y las armas. 

 

La utilería teatral de las escenas no oculta los artilugios del proceso pictórico, porque de eso se trata la propuesta justamente. El asunto es desnudar el itinerario de una búsqueda, mostrar sus riesgos y sus zonas vulnerables. Así, lo contemporáneo es un compendio de vestigios de todos los tiempos y lenguajes de la historia del arte.


En medio de la heterodoxia estética del conjunto, llama la atención el contraste entre la excelencia orgánica de las imágenes corporales y la simplificación geométrica de las vestimentas, que en algunos casos llega al aplanamiento radical. También allí se altera la neutralidad tonal que prevalece en la mayoría de las telas, dando paso a un cromatismo sincopado e irregular.


En sus pinturas se alternan diversos modos de representación que corresponden a visiones contrapuestas del espacio. Allí conviven la ilusión de profundidad y las superficies planimétricas. En consecuencia, las figuras, los objetos y el entorno responden a una sintaxis no euclidiana, de carácter alegórico, cuyo  origen se remonta al arte oriental y la pintura sacra, donde los elementos se distribuyen de acuerdo a su jerarquía simbólica y no en función del espacio real.

Los acontecimientos  transcurren entre zonas extensas de vacío y segmentos  de mayor concentración  icónica; en parajes desolados o en ambientes  de extrema austeridad, bañados por un fulgor translúcido. El pintor está presente en cada situación, pero no blandiendo el pincel ante el caballete como el célebre Velázquez en Las Meninas, sino enfrascado en asuntos menos transitorios que la fama, ajeno a los espectadores curiosos que merodean al otro lado de la tela. Esa indiferencia revela la humildad de su postura ante la vida y el trabajo. No está interesado en realzar su ego, sino en mostrar la búsqueda en la que está inmerso. Para él la redención y la  gloria no residen en la figura del artista ungido, sino que proviene de la franqueza de sus actos, más allá del escrutinio ajeno.


El camino de la luz es en realidad una ruta de exploración psíquica y profesional. Quienes lo siguen, tal como ha hecho Carlos Martínez León en la exposición Journey Into The Unseen, experimentan los azares del trayecto,  el temblor de las duda y la amenaza del fracaso.Pero también obtienen la plenitud de los encuentros y aprendizajes. En una era de confusión e incertidumbre, lo urgente es conseguir un balance deseable entre las acciones humanas y los valores que las sustentan.  Sólo la luz orienta y conforta al viajero —en este caso el artista— que ha ingresado al laberinto cavernoso de la psique a buscar respuestas en un mundo tenebroso.

 

Marzo, 2022